jueves, 30 de septiembre de 2010

Mi camino ya es de todos - Huelga general de tristeza

Ayer (29-S), aprovechando que ya me había cansado de quemar contenedores y de tirar basura al pie de mi oficina, me dí una vuelta por la antigua sede de Banesto (en plaza de Catalufa), porque decían que allí se había instalado la nueva tienda de apple en can Fanga.

Entro en el edificio y veo que han colocado una muestra de arte informal, con unos muñequitos hechos con latas de cerveza recortadas con esmero y peladuras de banana, en avanzado estado de descomposición.

Pienso en lo original que es todo esto y lo guays que son estos publicistas de apple. Sigo embobado hasta que unos señores de negro me sacan de mis elucubraciones. Van pertrechados con unos cascos de DH y unos nunchakus que, moviéndose al ritmo machacón de waka-waka, nos invitan amablemente a dejar el local.

Bueno, pues como el día está precioso (a pesar de una fogata que habían hecho unos excursionistas para hacer pasar el frío con un vehículo blanco y azul con luces en la parte de arriba) y tengo un poco de tiempo, decido darme un paseo por mi preciosa Collserola.

Me detengo en la entrada de un camino que sale de la carretera de la Arrabassada, dispuesto a pasar unas horitas en la soledad de la sierra, dándole alegría a la sierra.

Me explico: se trata de adentrarse en un camino cerrado de la montaña, para abrir con mi podadora de mano un paso en el marasmo de árboles que impiden el paso desde la nevada de febrero.

Bueno, había ya conseguido en jornadas anteriores franquear un acceso hasta uno de mis caminos preferidos, pasando muchas horas con mis pobres medios.

Pero aún quedaba mucho y este mismo viernes pude ver que no avanzaba como quería: uno , dos,.... veinte, treinta troncos antes de despejar todo el camino.

Y , claro, una pequeña sierra es discreta, pero, para cortar un tronco de treinta centímetros de diámetro, hay que pasar a veces dos horas.

Haces un primer corte por arriba o por abajo del tronco, pero a veces éste se cierra y no puedes seguir. Luego intentas acabar, si puedes, y un tramo de tronco cae.

Luego toca hacer lo mismo a dos metros.

Al cabo de mucho trabajo (y suerte) todo el tramo central cae al suelo. Entonces hay que levantarlo y apartarlo del camino.

Cuando he acabado uno solo de aquellos troncos, pienso que quizás podría comprarme una motosierra y limpiar todo eso en una mañana.

Bueno, estoy en esos pensamientos cuando comienzo a adecentar un pequeño camino y hago lo que puedo sin tocar los postes de tendido eléctrico que también están en el suelo.

Ahora toca lo bueno, voy a intentar avanzar algo más en ese lugar donde estuve este mismo viernes. Al fin y al cabo, si corto dos troncos, eso que habremos ganado.

Pero nada más entrar en esa senda se me ilumina el alma. ¡La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida!

Los pájaros cantan en todo lo alto y los puedo ver. Ya no hay ningún tronco en todo el camino.

¿Es posible que lo hayan hecho?

A los lados quedan ordenados troncos de medio metro como único vestigio de aquellas barreras naturales.

Silbando para mis adentros "Pedro Navaja" desciendo por el camino.

Incluso ese enorme árbol que impedía el paso al reguero de la senda bonita está cortado en varios trozos.

Y decido entonces que tengo que hacer huelga general de tristeza. Ya no estaré triste en mucho tiempo, ni hoy, ni mañana, ni en muchos días.

Mi camino, ese que abrí con sudores, ya es de todos.

Cuatro o cinco kilómetros de sendas para pasear perros dálmatas, ir a recoger macrolepiotas, sonreir desde la bici a los paseantes, escuchar al jabalí, buscar la fuente escondida de una masía abandonada. Vivir la montaña, en suma.

Está claro. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.

¿Verdad que hay días redondos en los que TODO sale bien?

lunes, 20 de septiembre de 2010

Del noble arte de la cotillería

Del noble arte de la cotillería

Don Sinforoso Culoprieto (el nombre, claro está, es ficticio) ha dedicado toda su vida profesional al noble arte de la cotillería.

Por su comercio barcelonés han pasado pechos de todas las formas, tamaños y texturas. Pechos altos, exultantes, bizcos, turgentes, asimétricos, oprimidos, en ciernes, generosos, han acudido durante años a recabar su consejo. Don Sinforoso, con proverbial profesionalidad, se ha ocupado diligentemente en calzarlos dentro de esos adminículos que conocemos con el prosaico nombre de "sujetadores".


Poco imaginaba el joven Sinforoso, al comenzar su andadura en el comercio, cuáles iban a ser sus derroteros. Poco imaginaba ¡colmo de la profesionalidad! que acabaría viendo pechos donde otros solo alcanzan a ver tetas.


Y tras tantos años de consejo a pecho ajeno, don Sinforoso nos sorprende con una aseveración inesperada: el 80% de las mujeres no sabe qué talla de sujetador debe utilizar.

Pero su profesionalidad nos ilustra, al explicarnos con toda nitidez cómo puede cualquiera tener la certeza absoluta de no utilizar una talla inadecuada.

Escuchamos con interés, conscientes de que, si entendemos el pecho de las mujeres, entenderemos un poco más a éstas y quizás, quizás, ¿quién sabe?, nos asomemos al misterio.


- Es fácil, nos dice. Basta con medir con una cinta métrica el contorno bajo los pechos y sumarle 15 cm. Eso nos dará la talla de base. Si hemos obtenido una medida de 75 cm, nuestra talla será la 90.

Respiramos con alivio. ¡La medida de la talla de base, esto es, la medida sin pechos, puede obtenerse sin necesidad de extirpárselos!

Puede que la medida por debajo de los pechos no sea del todo precisa, pero si un profesional como don Sinforoso la avala, podemos estar tranquilos.

Pero ¿y toda esa profusión de letras tras un científico número?

- ¡Todo lo queréis saber!, replica don Sinforoso con un guiño cómplice y una sonrisa ladeada. ¡Es aún más simple! Se trata de obtener otra medición, pero esta vez (¡seamos aún más profesionales si cabe y no dejemos que nos tiemble el pulso!) mediremos por encima del esternón por la línea de máximo diámetro. Sí, sí, en la cresta del pecho. Ahora se trata sólo de comparar esta nueva medición con la medida de base. Si la nueva medida es igual a la de base tenemos la talla B. Si fuera tres cm menor, la talla sería A.

- ¿Y si la medida es superior?- preguntamos ufanos.

- Aquello ya son palabras mayores, responde el probo cotillero. Cada tres centímetros adicionales nos dan una talla. Si la medida fuera tres centímetros mayor, sería la talla C. Si fueran seis, sería la D. Nueve nos darían la E. Y así sucesivamente hasta la talla I.

A estas alturas uno imagina lo que deber significar una talla I, pero pronto, presa del vértigo, debe abandonar sus ensoñaciones.

Para caer a tierra, el cronista se mide los pechos para constatar tristemente que no llega a la talla 100A.

Tampoco es demasiado sorprendente. Por debajo de ciertos valores, el sujetador no tiene razón de ser.

Quedamos felices porque hemos comprendido algo. Sabemos que es difícil entender todo sobre las mujeres, pero al menos entendemos una parte.

Por algo se empieza.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Tu jardín no es mi mundo


Quizás los hayáis visto. A mí me ocurrió ayer, llegando a la estación de Sant Cugat.


Paseando por las calles de la ciudad, uno puede encontrarse con una pintada con este curioso lema, que resume el desarraigo de esos enanitos encerrados entre los muros de un jardín cualquiera.
El FLEJ (Frente de Liberación de Enanos de Jardín) pretende liberar esos enanitos que algunos plantan en su jardín y darles nueva vida en medio del bosque.
Podéis entender las motivaciones de los miembros del FLEJ en el blog siguiente :
o en la entrevista de una activista convencida: http://cac.drac.com/200707/20070703.html
En ocasiones, sin embargo, esta "buena intención" de dar una nueva vida de libertad a un muñequito de porcelana puede llevar a dejarlo en medio de una calle o un camino.
Entonces, uno se encuentra con uno de esos enanitos que le sorprenden con su risa malévola, en medio de un sendero perdido en la Floresta, impávidos a pesar de que nos acerquemos a ellos.
Uno no sabe si esos enanitos quieren escaparse de sus jardines y emprender una nueva vida en medio de un camino. Después de todo, quizás sean felices en su jardín y no entienden por qué alguien los quiere sacar de él.
En realidad, para asegurarse, bastaría con un pequeño experimento: márchate de casa dejando descuidadamente la puerta del jardín abierto.
Ya está: le has dado la libertad de marcharse. Y si no se va ¡está claro! es porque no quiere.
Es curioso porque, en ocasiones, no puedo evitar pensar, como los enanitos de jardín, que alguien me quiere expulsar de mi jardín.
Me sentí así tras leer que, tras la declaración de Parque Natural de Collserola, se restringirá el uso de bicicleta de montaña por vía de sanción:
La noticia en sí no aporta gran novedad: se criminaliza a los ciclistas como los incivilizados que son (o que somos). Se habla de "videos de vertiginosos descensos", de alocados adolescentes que "queman adrenalina", de "mala praxis"...
Pero eso da pie a toda una serie de comentarios en las que se observa cómo un medio de comunicación puede influir de forma tan negativa en la percepción de los ciclistas en la montaña.
La verdad es que me siento un poco perdido y no sé que hago con mi bici, ni por qué mantengo los caminos destrozados por el vendaval o la nevada.
Pensaba que era para que todos (caminantes y ciclistas) pudiéramos disfrutar de la montaña, al mismo tiempo que la respetamos.
Cuando limpio un camino y retiro esos árboles que cierran el paso, me da por pensar que estoy devolviendo a esa montaña maravillosa algo de lo que ella me ha dado.
Siento que ese camino es un poco más de mi propiedad y me siento un privilegiado, pudiendo vivir la montaña cada día, a pesar de la presión de las inmobiliarias y los escombros y los intolerantes de todo pelo (ciclistas, paseantes o especuladores).
Bueno, ¡quizás sea un optimista por naturaleza!
Pero el mismo periódico me reservaba otra sorpresa el día siguiente con esta noticia.
Atentos, porque el link indica que los ciclistas quieren "dañar Collserola", pero el artículo dice todo lo contrario.
Ahora resulta que los ciclistas no son tan malos, que hablan de respeto a la montaña, de educación, de compartir valores...
¿Será que se ha recuperado algo de sentido común?
¿Podremos pronto decir que este jardín sí es mi mundo?
Quizás algún día, cuando esté limpiando algún camino, me encontraré con un caminante que me echará una mano.
Y quizás ese camino permita acceder con rapidez y sofocar un principio de incendio (esperemos que no ocurra).
No perdamos la esperanza.